El compliance invade la agenda: ¿hacia una ética de mínimos en las organizaciones?

Desde los inicios de los años 90 del pasado siglo XX el tema de la ética es, afortunadamente, algo bien visto en el discurso de las organizaciones.

En aquellos momentos se reconocía ya la necesidad de establecer límites a los excesos del economicismo capitalista, surgiendo entonces con cierta fuerza, desde orígenes académicos fundamentalmente anglosajones, lo que se denominó business ethics o ética de los negocios.

Entre sus aportaciones hay que destacar el impulso de los códigos éticos, una herramienta de autorregulación voluntaria, hoy bastante extendida en la práctica de las organizaciones.

La ética de los negocios representó, sin duda, un importante paso adelante, si bien su énfasis estaba en la restricción de conductas perjudiciales para la organización o para sus grupos de interés. Era, de algún modo, una ética de mínimos en la que lo central consistía, si se me permite una cierta simplificación, en un conjunto de normas que había que cumplir para no provocar daños a la organización.

La RSC y la Sostenibilidad toman el relevo

A principios del presente siglo fueron tomando la antorcha de la ética en las organizaciones la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y su alter ego, la Sostenibilidad. El movimiento llegó con fuerza e importantes apoyos institucionales, como respuesta a la nueva sensibilidad medioambiental y reacción a los escándalos de corrupción empresarial, cuyo paradigma fue el caso Enron.

El planteamiento de la RSC fue en sus orígenes algo confuso y durante mucho tiempo ha puesto un exceso de acento en la dimensión reputacional de la ética. O sea, en la ética como estética o como cosmética para sobrevivir en un mercado muy competitivo en el que los nuevos valores sociales son determinantes.

Queda aún bastante lastre de ese postureo, pero el espectacular desarrollo de la RSC en la última década ha ido decantando el movimiento hacia un positivo enfoque integral de la actividad de la empresa y de su impacto en los grupos de interés, hasta desembocar en eso que se ha dado en llamar la empresa social, cuyo centro son las personas y sus necesidades. Un modelo muy interesante, pese a las contradicciones sistémicas con las que va a tener que convivir.

El actual impulso del compliance

Cuando la RSC parece estar entrando en una fase de depuración, estabilización y general aceptación, irrumpe ahora el fenómeno del compliance o cumplimiento.

El compliance no es nuevo, ni mucho menos, pero no puede negarse que sí asistimos a una cierta novedad por el protagonismo con el que se está posicionando en la agenda de las empresas. Sin pretender restar importancia ni valor a lo que por sí mismo aporta -también dentro de una adecuada gestión de riesgos-, el motivo de su actual impulso creo que hay que buscarlo en la convergencia de dos factores interrelacionados.

El primero, el progresivo endurecimiento de las responsabilidades legales de la empresa y sus directivos, especialmente las de carácter penal.

El segundo, la tendencia de los poderes públicos a ampliar los marcos regulatorios, en cualquier sector de actividad. No podemos pararnos ahora en por qué y cómo se ha llegado a este punto, pero hoy se da por hecho que todo tiene que estar regulado exhaustivamente, en un contexto en el que, además y merced a las TICs, va a ser muy difícil escapar del control público.

Un equívoco sobre la ética de la organización

De esta forma se está produciendo algo sobre lo que hay que llamar la atención porque puede llegara a convertirse en un espejismo que perturbe aun más el difícil panorama de la ética empresarial: la confusión del compliance con la ética de la organización; de una parte con el todo.

Si ese equívoco no se gestiona bien, la ética acabará por identificarse con el cumplimiento transparente y accountable de normas regulatorias de todo tipo, aunque se complemente y refuerce con otros mecanismos de autorregulación voluntaria en una fase preventiva de los programas de compliance.

El riesgo de este malentendido sobre la gestión ética de las organizaciones ya estaba en la base de algunos entendimientos de la RSC, pero ahora se acentúa.

¿Equivale el compliance a la ética de la organización?

En la cuestión de si el compliance puede o no ser considerado una forma de enfocar la gestión ética de la organización, hay materia para un debate amplio. Un debate que puede plantearse en dos ejes.

Primero: ¿equivale la ética al cumplimiento de la legislación vigente?

Es un tema antiguo y, teóricamente, ya superado. Si las leyes son legítimas, la obediencia a las mismas es un deber ético, pero eso no significa que ética y legislación sean lo mismo. Puede haber incluso serias contradicciones entre las leyes de los diferentes países, como saben bien las empresas que operan en mercados emergentes.  Además, la ética no se agota, ni mucho menos, en evitar la corrupción o el fraude y en un estricto respeto de las leyes, aunque ese sea muchas veces su suelo mínimo en el ámbito de los negocios. La ética va más allá y tiene un sentido mucho más positivo.

Segundo: ¿pueden ser las normas el elemento central o nuclear de la ética?

Está claro que la respuesta dependerá de nuestra concepción de la ética. Si adoptamos una perspectiva personalista o realista de aquella, las normas son necesarias pero su significación es solamente instrumental: guiar a las personas en sus actos y en la toma de decisiones, para que ambos se adecúen a los bienes o valores que nos hacen mejores personas.

Los elementos centrales de la ética se sitúan más bien en la dignidad de la persona y en sus actos y decisiones, iluminados por unos valores objetivos que permiten identificar, en cada circunstancia concreta, qué hace bien a las personas y qué las hace daño o dificulta su desarrollo y plenitud, en sus diferentes dimensiones.

La clave está en el liderazgo y la cultura organizacional

Si aceptamos que el núcleo de la ética está en los valores y en su encarnación en conductas personales concretas (estabilizadas en hábitos que nos convierten en personas honestas, justas, veraces, respetuosas…), el esfuerzo de gestión ética de la organización tiene que orientarse a la vivencia cotidiana de los valores por parte de todo su equipo humano.

Esta aproximación desplaza las normas a un lateral –útil y necesario, pero lateral- y sitúa en el centro de la gestión ética los valores y, a partir de ellos, la cultura organizacional y su principal palanca: un liderazgo creíble y ejemplar a todos los niveles, sinceramente preocupado por las personas.

Un auxiliar poderoso para ese liderazgo será un buen sistema de evaluación del desempeño (con este o con cualquier otro nombre), focalizado en el desarrollo de las personas y basado en competencias que incorporen las actitudes observables exigidas por los valores. La coherencia de todas las políticas de Recursos Humanos y el impulso de la formación y la comunicación interna cerrarán el círculo virtuoso del núcleo más vital de la ética de la organización.

El resultado de esta forma de afrontar la gestión de la ética será una ética de máximos (¡hacer todo el bien posible y no solamente evitar el mal!), una ética profundamente humana, positiva y proactiva. Algo, en definitiva, muy distinto de la ética negativa, restrictiva y de prohibiciones que suele acompañar a las normas, aunque éstas sean también necesarias.

La calidad humana de la organización y la confianza como resultado

Esta forma de entender la ética desde su raíz en los valores y expresada a través de hábitos personales positivos, representa, en fin, el mejor camino para avanzar en la calidad humana de la organización, que es la calidad de las personas que forman parte de ella.

La calidad humana de la organización generará espontáneamente confianza en cualquier dirección y, con ella, el compromiso de todos, la eficiencia en los procesos y una legítima y justa reputación ante nuestros grupos de interés. También, por supuesto, el cumplimiento de las leyes.

Digámoslo otra vez: esto va de gente buena y buena gente

 

Jaime Urcelay

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